En el Mundo Andino el “Aya marq`an killa” en idioma quechua, es el tiempo de llevar alzados a los difuntos, en idioma aymara sería “wiñay pacha”.
Esta tradición milenaria y trascendente para el mundo andino, hoy continua vigente en muchas comunidades. Noviembre o Aya es la época en que las almas retornan a sus cuerpos y visitan a sus familiares, no es un día de lamentaciones sino, al contrario, un día de júbilo, pues los muertos se toman la molestia de volver en un largo viaje a un mundo que ya no les pertenece en cuerpo, pero si en espíritu. De esta manera vuelven cada año a sus cuerpos que esperan ser visitados, asegurándose que entre su gente todavía esté intacta su memoria.
Los abuelos decían y aun hoy dicen “Es ese largo viaje que les espera lo que les impulsa a que los vivos sientan la profunda necesidad de hacerles más corto el camino. Quizás por ese sentido de la reciprocidad (ayni) que aún está tan presente en la cultura andina se agradece la visita desplegando un suculento banquete y proveyendo al caminante de los víveres indispensables. El muerto o difunto sin lugar a dudas, compensará a los vivos”.
En los Andes aun hoy se prepara la mesa o altar para las almas. La mesa está preparada con una imagen del difunto o una ofrenda que simboliza al difunto o difunta, a la cual se le encienden velas, escena que remite al sincretismo vigente.
Los familiares preparan la mejor comida, todo lo que a ellos les gusta. Dependiendo de la situación económica varía la cantidad de comida que se ofrece, aunque son infaltables las frutas secas y las masas dulces. Otros elementos omnipresentes son las hojas de coca; la bebida que le gusta al almita que esperan: la chicha; ofrendas de harina de maíz, de quinua, aba mote, aba, sopa de piedra, charqui.
En algunos casos, suelen también estar presentes instrumentos musicales como las tarkas, cajas y el bombo. Una vez listos estos elementos, las familias se acomodan al pie de la mesa y durante toda la noche reciben visitas que los acompañarán en sus pedidos hacia sus difuntos, en sus conversaciones y, por supuesto, en la comida y la bebida. En esas largas charlas durante toda la noche se cuentan leyendas y juegan al botón para mantenerse despiertos entre chicha y chicha.
En la mesa se destaca la tradicional T’anta Wawa (literalmente “niño -o hijo- de pan”), un pan antropomorfo. También pueden verse dulces en forma de animalitos o escaleras de pan, figuras con la forma del difunto. En la cosmovisión andina los difuntos están provistos de características y debilidades humanas, por lo que pueden sentir hambre y sed.
En esta Fiesta, la interacción con las almas se realizaba a partir de un acto en que se les pedía que intercedan sobre la naturaleza para que la actividad agrícola fuera fructífera permitiéndoles seguir viviendo; a cambio ellos les rendían honores ofreciéndoles comida y bebida, sacándoles de sus tumbas para vestirlos de gala, bailar y cantar en un clima festivo”. Con la llegada de los conquistadores y el catolicismo se prohibió “sacar” a los difuntos, intentando anular las ceremonias ancestrales. Pero la fortaleza espiritual de los andinos posibilitó que hoy en muchos lugares se siga “sacando” a los muertos.
Lo que el andino toma de la Pachamama tiene que devolverle de una u otra manera, aunque sea simbólicamente. El Día de Difuntos sobresale del total de las costumbres de un pueblo, por su exigencia y eficacia ya que de él depende lograr la protección de las personas, que dan sus ofrendas, símbolo de munay/amor, llankay/trabajo y ayni/reciprocidad.
“La repetición, del ritual cumple un papel sobresaliente constituyéndose en parte inseparable de su esencia. Puede interpretarse este rito a los antepasados, como una renovación que año a año el hombre y las mujeres andinas, hacemos con la naturaleza y el cosmos. Lo más importante a tener en cuenta, es la creencia de estos pueblos que aseguran que después de muerto el espíritu pervive, solo debemos recordarlos porque están entre nosotros.”
Recordemos, hay muchos pueblos que esperan las almas, cada uno tiene sus variantes y su riqueza cultural, solo dejo un pequeño aporte.
Amalia N. Vargas – Pukio Sonqoy