El hombre de campo, sobre todo los ancianos, tenían la creencia de que estas manifestaciones de la luz que se elevaba de los campos, se movía y hasta parecía perseguirlos era “la luz mala”.

Un alma que no encontraba sosiego, de una persona muerta en el lugar donde se les aparecía. Si la luz era blanca brillante era un alma buena. Entonces el gaucho se persignaba y rezaba por su descanso eterno, pero, a veces esa luz parecía perseguirlo y entonces, sin dudarlo, apuraba el paso mientras sacaba y mordía la vaina de su cuchillo para ahuyentar los espíritus.
Si la luz es roja, sobre todo en el norte de nuestro país, que el terreno es más árido, se suele ver al atardecer entre las piedras y le dicen “luz mala”” o farol del diablo. La creencia popular es que el 24 de agosto es más peligrosa porque es cuando el diablo anda suelto, ya que no tiene supervisión de los ángeles celestiales. Quizás sea por esto que, en general, estas manifestaciones se denominen “luz mala.”
Todas estas creencias alimentaron la imaginería gauchesca por muchos años en la inmensidad del extenso territorio argentino. También es cierto, que aquellos que se animaron a investigar qué había en los suelos donde aparecían, encontraron urnas funerarias aborígenes y huesos y objetos metálicos y al destapar el lugar, despedían un gas que resultaba mortífero para el que se animaba a la aventura, por lo que se aconsejaba ponerse un pullo* para no respirar esos gases, sobre todo los que buscaban tesoros en el norte, donde se desarrollaron verdaderas masacres de los españoles en busca del oro de los Incas.
En todo el territorio nacional se realizaron batallas por la Independencia de los españoles. Y ellos contra los lugareños, los aborígenes, los soldados, es de imaginar que” la luz mala” se puede hallar en todas partes de nuestro extenso territorio, ya que se ha comprobado que es una fosforescencia que despiden los huesos de las personas enterrados a poca profundidad, así como de ciertos metales. como también de los animales que mueren sobre el campo.
Pero por más explicaciones científicas que haya, aún hay gauchos en los lugares alejados de las grandes urbes que creen en estas leyendas. Y no es para menos; imaginen que se hallen frente a la “luz mala”, una luz muy brillante que se eleva del suelo, flota y cuando el hombre pasa, la luz se le pone al lado y lo acompaña un trecho del camino. Menudo susto, ¿no?
Eso le pasó a mi abuelo, allá por 1930, en un camino de tierra rumbo a Trenque Lauquén.
“Ánima bendita”, dijo persignándose y mientras deshilaba una oración por el alma en pena, se perdió al galope sin mirar atrás en una nube de polvo.
FUENTE: Tierra de Gauchos